Poema de Pablo González Cámara
I
Yo sé que, en esas puertas en bronce realizadas,
plasmadas por manos de un artista,
que lleva eternos años cortejándote,
estés entera, joven, limpia,
mirando a un Dios que hasta ti quiere abajarse
y que así también a ti te mira
para ambos mutuamente dibujarse
con los rostros de ternura y de caricia
que solo un Dios humano
podía hacer en una niña,
pensada desde siempre
y creada en un instante
y que solamente mira
y déjase mirarse,
por aquel que es su hacedor
y a quien ella misma hace.
II
¿Qué, si no, se esconde,
ay, de niña,
en esa tu mirada,
penetrante,
que se acerca a un rostro de misterio,
en una noche de alborada,
plantando, en otros ojos penetrados,
su morada?
iAy, mirada,
que es caricia,
bálsamo y fragancia!
¡Mirada, que, en profecía,
veía ya a ese niño,
que semillas y árboles plantaba
y nidos
que fueran el cobijo
de esa humanidad nueva
y recreada!
III
¿Qué, si no, reflejan,
esas dos y ambas miradas,
ay de Dios y niña,
que un día saliéronse al encuentro,
traspasando silencios y fronteras,
en un sí, cómplice y eterno,
con palabras tan justas como parcas?
¡Ay, miradas,
que miran al edén y a la muralla,
y a las casas escondidas,
y a la rosa de azucenas y en colores encerada,
que cubren corazones y horizontes,
envueltos por los vientos
de los montes
y las brisas de los mares
y los verdes de los prados,
y el afán de constructores.
Esos dos mirares,
tan cercanos, tan lejanos,
imbuidos de ese Espíritu,
que aletea en los tejados,
en los hondos y en las cumbres,
en los ríos y en los valles,
en los cielos,
y en los mares,
y en el corazón de todo ser humano,
que se siente compañero y constructor
de este mundo recreado,
al calor de otras miradas,
ay, de Dios y niña,
ay, de niña y Dios
en oro acrisolado!
Pablo González Cámara