Un soplo de vida y modernidad

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Así valoran los arquitectos José Ramón González de la Cal y Josefa Blanco Paz junto al arqueólogo Jorge Morín de Pablos el proyecto de la Catedral. 

Hay monumentos vivos y monumentos muertos. Los habitados son los vivos, los que inútiles para el devenir de la vida se convierten en solo huella de la memoria, son los muertos. Los vivos perduran, los muertos están condenados a la ruina eterna, “al deambular” hasta su momificación o desaparición polvorienta. Entre vivos y muertos se desarrolla la partida de la historia, y por ende del futuro.

El reciente dictamen sobre las nuevas hojas de la triple puerta de Santa María, también llamada puerta Real o Puerta del Perdón de la Catedral de Burgos, emitido por ICOMOS, cuya labor podríamos considerar la de arcángel guardián del patrimonio, se opone a su renovación. El dictamen, o informe, no se ha hecho público y se desconoce quién lo firma, ha sido filtrado bajo las siglas de la UNESCO, y advierte de la posible exclusión de la selecta lista de Patrimonio de la Humanidad al milenario cabildo catedralicio. Cabildo que, en un inusual arrebato contemporáneo, promueve y encarga al artista Antonio López unas puertas nuevas para la Puerta del Perdón.

La misma institución que en los jardines de su sede en París custodia obras de Calder, Giacometti, Miró, Picasso, Chillida o Henry Moore, reniega aquí de un atisbo de renovación en una Iglesia que recupera algo que había olvidado, el mecenazgo cultural y volver a la vida a través de la modernidad.

La catedral, Bien de Interés Cultural (BIC) con categoría de monumento, tiene el mayor nivel de protección y tutela, lo que nos obliga a todos a velar por su conservación y comprometernos con su salvaguarda.

Pero conservar no es solo preservar y proteger, es también mejorar, hecho muy importante. El estudio y conocimiento del bien, el respeto por su memoria, la conservación de su volumen y espacio, la prohibición de reconstrucciones falsarias, lo reconocible de los añadidos siempre que sean acordes funcional y estéticamente con el inmueble, la supresión de elementos discordantes, la protección del entorno próximo, incluso la posibilidad de nuevos elementos contemporáneos que lo mejoren, son los límites que determina la ley para poder actuar en el BIC. Y con este sentir, aun sin leyes que lo regularan, se actuó hasta los ss. XVI y XVII, habiendo asumido la catedral transformaciones arquitectónicas importantes, más aún en los elementos muebles, como el coro renacentista de Felipe Bigarny en colaboración con Andrés de Nájera, que sustituye y traslada del presbiterio a los pies de la nave la vieja sillería gótica.

Nada de todo esto puso en peligro el actual bien patrimonial. El asunto de las nuevas puertas habría de dirimirse técnica y jurídicamente en si estas mejoran o desvirtúan la fachada de la Catedral. Puertas nuevas que, tal vez, si se propusieran como piezas escultóricas expuestas en el espacio gótico interior no hubieran provocado tanta polémica como al exhibirse públicamente integradas en la fachada.

Este debate recuerda otro, el que fuera hito en la historia del arte y símbolo de la búsqueda de la excelencia entre Pisa y Florencia en el cuattrocento: el concurso para las puertas del Baptisterio de Florencia, cuando Fillipo Brunelleschi es descartado por moderno frente a la propuesta conservadora de Lorenzo Ghiberti. En nuestro caso, no es Antonio López frente a Louise Bourgeois, o a Anselm Kiefer o a Cristina Iglesias, es nuestro ínclito Antonio López frente a una carpintería deslucida de puertas de cuarterones del s. XIX, carentes de valor artístico excepcional, además de corroídas por el cierzo y el solano.

Los mismos y constantes agentes atmosféricos que azotan secularmente la fachada sur y periódicamente la amenazan de ruina, llevaron al cabildo a encargar al arquitecto Fernando Gómez de Lara en 1790 el arreglo de la Portada del Perdón. Este proyecto a espaldas de la tutela de la Academia de San Fernando, derivó en la transformación de la
puerta ojival gótica. En esta intervención se eliminó el parteluz mariano para ampliar el vano con una nueva embocadura clasicista a la moda de la época, adintelada sobre pilastras, con frontispicio angular neoclásico y sencillos portones de cuarterones -los que ahora se pretenden sustituir-. La obra, poco afortunada, sería objetivo continuo de los románticos e historicistas que clamarán por su repristino. A principios del s. XX, en Carta Pastoral para conmemorar el séptimo centenario, el Cardenal Benlloch y Vivo propone al arquitecto Vicente Lampérez y Romea recuperar el estilo gótico, incluso borrando la portada neoclásica de Gómez de Lara. Similar controversia parece resurgir ahora, pero revestida de neoclasicismo romántico.

El dilema es si reponer los mismos en estilo neoclásico o, continuando el discurso de un edificio vivo, optar por una propuesta contemporánea para significar los 800 años de vida de la Seo, enmendar un error fehaciente y reafirmar la vida del monumento en su tiempo, en el s XXI.

Antonio López se forma en Tomelloso con su tío el pintor Antonio López Torres, pintando paisajes, de poética labriega, de alpargatas y zurrón, alejado de las corrientes renovadoras y más transgresoras del arte contemporáneo, es el artista más figurativo y clásico vivo en el horizonte artístico español. Calificar su obra de transgresora es desconocer el debate del arte español del s. XX, entre el realismo madrileño y el informalismo abstracto. Un debate enriquecedor, en el que Antonio López se ha mantenido a contracorriente con una coherencia heroica. Toda esa carga cultural de nuestra reciente historia del arte es la que llevarán a cuestas las pesadas puertas de bronce.

La iconografía propuesta por Antonio López es: un desmesurado, estático, equilibrado, de mirada hueca y posición frontal, neopantocrator en el centro; a su derecha, una virginal, inmóvil, levemente girada e inclinada su cabeza, figura femenina, María; y a su izquierda en movimiento, un niño ajeno a la escena, bajo un árbol, tal vez un membrillo, que tiene por trono una silla de enea custodiada por dos figuras femeninas al fondo; escenas ambas en un jardín-huerto terrenal. La trilogía describe con naturalidad una propuesta teológica y simbólica, pero cercana y objetiva. Discurso y técnica que hacen uso de recursos del arte católico de herencia romana clásica, como la confrontación de escalas, la organización de la escena sobre y bajo la línea de horizonte del Duero, el nimbado, el huerto del Edén, el frutal, la esperanza de vida de la tierra cultivada… No se aleja Antonio López de la temática recurrente en el arte religioso, aunque interpretada aquí en clave natural, quizá panteísta. El informe ICOMOS califica las nuevas puertas como “alteración de los valores excepcionales de la catedral”. Hoy, sin embargo, la amenaza para el patrimonio no son tanto estas nuevas puertas como en general el uso en vano del patrimonio, el culto a lo viejo y a la ruina, sin propuesta de acciones contemporáneas modélicas.

Entendida la labor de ICOMOS como mecenazgo, aunque solo sea a nivel intelectual, su labor por el enriquecimiento patrimonial contemporáneo es desconocida. Ha de ser obligación de las instituciones garantes del patrimonio -ángeles custodios- conservarlo y protegerlo, al tiempo que mejorarlo e incrementarlo con aportaciones de cada época.

En el caso de la Puerta del Perdón se hace difícil apreciar una pérdida de valores patrimoniales, incluso suponiendo que la intervención pudiera tener aspectos mejorables. El error forma parte de la condición humana, y si las nuevas puertas lo fueran, serán fruto y testigo de un tiempo de incertidumbres para el conocimiento. Pero a costa de algo muy importante para la civilización, el arte, la cultura, que históricamente nos han guiado, liberado y redimido del mayor de los pecados: la exterminadora ignorancia.

José Ramón González de la Cal
Dr. arquitecto
Josefa Blanco Paz
arquitecta
Jorge Morín de Pablos
Dr. arqueólogo

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